Tras descabezar a Hezbollah, Israel le apunta a Irán

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, afirmó esta semana ante la Asamblea General de la ONU que su país “busca la paz, ha hecho la paz y la volverá a hacer”. El asesinato este viernes del máximo líder de Hezbollah, Hasán Nasralá, de un millar de libaneses en diez días de bombardeos y de 41.500 palestinos en un año de guerra en Gaza ilustran la forma en que Israel impone su “paz” e intenta redibujar con sangre el mapa de Oriente Medio.
 
Que Netanyahu hiciera coincidir su discurso en la ONU con el bombardeo del barrio de Beirut donde se encontraba Nasralá dice mucho del grado de impunidad que ha asumido el mandatario judío, al frente de un país convertido en un Estado terrorista mientras de facto la comunidad internacional mira hacia otra parte.
 
La eliminación de las milicias palestinas de Hamás en Gaza y del grupo proiraní Hezbollah en el Líbano es solo la primera parte de un camino sangriento que conduce al “Gran Israel”, como defienden abiertamente muchos ministros de Netanyahu.
 
Este plan cada día más evidente pasa por la “asimilación” de los dos territorios palestinos, Gaza y Cisjordania, y la erradicación de sus habitantes, la creación de una zona desmilitarizada en el sur del Líbano con la aniquilación de Hezbollah y por la anulación de la capacidad ofensiva de Irán, el enemigo número uno de Tel Aviv, como dejó claro Netanyahu ante la ONU.
 
“Tengo un mensaje para los tiranos de Teherán: si nos atacan, les atacaremos”, espetó Netanyahu ante la Asamblea General de la ONU. El asesinato de su líder de 64 años ha decapitado a Hezbollah, pero también ha cortado la mano de Irán en el Líbano y Siria, cuyo régimen antiestadounidense y antiisraelí, al mando de Bachar al Asad, es sostenido por esa milicia chií y Rusia.
 
Impunidad israelí con la complicidad estadounidense
Israel cuenta con el apoyo total de Estados Unidos, el mayor suministrador de las armas que están arrasando Gaza y el Líbano. Este sábado mostró ese compromiso sin fisuras el presidente Joe Biden al calificar el asesinato de Nasralá como una “medida de justicia”.
 
Además, Washington tiene sus propias cuentas que saldar con Teherán y solo la cercanía de las elecciones presidenciales del 5 de noviembre podría refrenar una mayor implicación estadounidense en la ampliación de la guerra hacia Irán.
 
Ya el pasado 13 de abril, la ayuda de Washington fue clave para interceptar los 300 misiles y drones lanzados por Irán contra Israel como represalia al ataque, días antes, a su Consulado en Damasco. Los misiles israelíes mataron a ocho altos mandos de los Guardianes de la Revolución Islámica, la rama internacionalista del ejército iraní y que es uno de los principales aliados de Hezbollah.
 
Tras confirmarse la muerte de Nasralá, el presidente iraní, Masud Pezeshkian, subrayó que Estados Unidos era cómplice del asesinato y recordó que la orden del bombardeo se dio desde Nueva York, donde se encontraba Netanyahu.
 
Complicidad como la que tuvo la Casa Blanca con Israel en julio pasado, cuando otro proyectil israelí acabó con la vida del máximo dirigente de Hamás, Ismail Haniyah, cuando se encontraba en Teherán en unos funerales de Estado.
 
Su cabeza tenía precio desde hace más de tres décadas
Por eso era también tan importante la eliminación del histórico jefe de Hezbollah, uno de los jefes militares y políticos del Oriente Medio que mejor conocía cómo luchar contra Israel y que contaba con el respeto del líder supremo iraní, Alí Jameneí.
 
Su larga carrera en el combate del sionismo comenzó en 1982, con la invasión israelí del Líbano, crisol de la fundación de Hezbollah. Desde que asumiera en 1992 esa dirección del “Partido de Dios”, Nasralá se había convertido en una presa a abatir por Israel. Su antecesor en el cargo, Abbás al Musawi, fue también asesinado en el ataque de un helicóptero israelí en el sur del Líbano.
 
En su discurso ante la ONU, Netanyahu dictó la sentencia de muerte de Nasralá, que sus cazabombarderos (vendidos por Estados Unidos) se encargaron de ejecutar: Hezbollah, dijo Netanyahu, “es la organización terrorista por antonomasia del mundo. Tiene tentáculos en todos los continentes”.
 
Fueron las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), como eufemísticamente se llama al ejército más agresivo de todo Oriente Medio, las que anunciaron este sábado la “neutralización” de Nasralá en uno de los bombardeos lanzados la víspera sobre Beirut. Las bombas israelíes reventaron parte del barrio de Dahye y asesinaron o hirieron a decenas de civiles aparte de aniquilar a la cúpula de mando de Hezbollah.
 
Horas después, Hezbollah reconocía la muerte de su líder en un comunicado. Queda ver cómo la estructura desjerarquizada de esta milicia islamista puede afrontar esta pérdida.
 
Aunque restablezca pronto su cadena de mando y evite una lucha de facciones, el golpe es formidable y puede tener unas consecuencias devastadoras para la milicia proiraní si Israel decide finalmente invadir el Líbano para aplastar definitivamente al grupo chií.
 
La muerte de Nasralá, un episodio también de la guerra en Gaza
Cuando el pasado 7 de octubre las milicias de Hamas atacaron diversas áreas de Israel, con una masiva incursión que asesinó a 1.200 personas y secuestró a otras 250, y Tel Aviv respondió con el bombardeo e invasión de Gaza, Hezbollah desenterró el hacha de guerra y comenzó a atacar el norte israelí con cohetes y armas antitanque desde sus posiciones del sur y este del Líbano.
 
La destrucción de Gaza fue creciendo paralela a esta escalada de tensión entre Hezbollah e Israel, agudizada por el asesinato selectivo por las fuerzas judías de algunos de los líderes chiíes y de altos cargos iraníes en Damasco y Beirut.
 
Finalmente, la semana pasada un ataque contra miles de milicianos y dirigentes de Hezbollah, detonando sus dispositivos de comunicación en una operación israelí casi de ciencia ficción, desató tal caos que desorientó a la organización chií.
 
Israel no dejó que Hezbollah se recuperara y comenzó a bombardear el sur y este del Líbano, además de los barrios de Beirut donde el FDI decía que había armas escondidas, con una ferocidad que inmediatamente recordó los primeros pasos del genocidio de los palestinos acometido por el ejército israelí en Gaza.
 
Nasralá supo, pese a todo, reorganizar sus filas y lanzar algunos contraataques con cohetes y misiles contra Israel, alguno de los cuales llegó a alcanzar el centro del país demostrando que el arsenal y el poderío militar de la organización islamista seguían intactos y que el territorio israelí era vulnerable.
 
Ante la imposibilidad de garantizar un éxito total de un ataque quirúrgico en Beirut contra el cuartel general de Hezbollah, donde sabían los israelíes que estaba Nasralá, el primer ministro israelí dio órdenes de proceder como mejor sabe hacer el ejército judío tras su experiencia en Gaza: un bombardeo que arrasara la zona, sin importar las decenas de víctimas civiles que iba a causar.
 
Si de algo se puede culpar a Nasralá desde el punto de vista militar en esta guerra que comenzó el 7 de octubre pasado, es que no supo ver el alcance real de la implacable determinación e impudicia israelí para destruir al enemigo, caiga quien caiga. De lo contrario, posiblemente habría sido evacuado, siquiera para preservar su figura simbólica para los chiíes libaneses, sirios e iraníes.
 
Con Nasralá surgió la mayor fuerza paramilitar de Oriente Medio
Nasralá ostentaba la dirección de Hezbollah desde hacía 32 años. Bajo su mando, el grupo chií pasó de ser una milicia insurgente a convertirse en una poderosa organización político-militar que controlaba parte del Líbano y era un destacado actor internacional con influencia en otros países de la región como Siria e incluso Irak. Pero sobre todo, con Nasralá al frente, Hezbollah se convirtió en un auténtico rival de Israel y, por tanto, en su enemigo mortal.
 
Nasralá también consolidó los lazos de Hezbollah con Irán, del que recibían armas, dinero y preparación militar. De hecho, su muerte es el golpe más duro que ha recibido la estrategia regional de Teherán desde el asesinato en 2020 del general iraní Qasem Soleimani en Bagdad por orden del entonces presidente de EEUU, Donald Trump.
 
Soleimani comandaba la Fuerza Quds, una división de la Guardia Revolucionaria Islámica especializada en inteligencia militar y guerra asimétrica. Este general, junto a Nasralá y Jameneí, el líder supremo iraní, conformaban la punta de lanza de esa estrategia exterior del régimen de Teherán. Dos de ellos están ya muertos.
 
Jameneí, ¿el próximo objetivo israelí?
No es de extrañar, pues, que una de las primeras medidas ordenadas por la cúpula dirigente iraní tras conocerse la ejecución de Nasralá fuera el traslado de Jameneí a un lugar secreto. Si el jefe de los ayatolas iraníes se pone a tiro, pocos dudan de que Netanyahu ordenará apretar el gatillo.
 
La muerte de Nasralá afectará también al llamado Eje de Resistencia, ese movimiento islamista que, promovido por Teherán, agrupa los sentimientos antiisraelíes y antiestadounidenses de fuerzas normalmente de credo chií de todo Oriente Medio, pero especialmente en Siria, Irak y Yemen.
 
Por eso, en su reacción a la muerte de Nasralá, Jameneí hizo un llamamiento a todos los musulmanes, en clara referencia al Eje, para que “apoyen con orgullo al pueblo del Líbano y a Hezbollah con sus recursos y lo ayuden a enfrentar al régimen usurpador, cruel y malvado” de Israel. Casi toda una llamada a la Yihad.
 
Los inminentes “golpes más contundentes” del Eje de Resistencia prometidos este viernes por Jameneí podrían plantear más focos de inestabilidad en la región, pero también podrían marcar nuevos blancos para la insaciable máquina de guerra israelí, siempre sin perder de vista a Irán.
 
Lo dijo el viernes Netanyahu ante la ONU: “No hay lugar en Irán que el largo brazo de Israel no pueda alcanzar y eso vale para todo Oriente Medio”.
 
Fuente: Página/12

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